BYD, el gigante chino de autos eléctricos, deja a México fuera de sus planes de expansión. Tras superar a Tesla, se esperaba su planta aquí, pero eligieron Brasil para su primera fábrica fuera de Asia. ¿Por qué el cambio? ¿Cómo afecta esto a México y qué podemos aprender?
La razón principal detrás del cambio de planes parece ser la incertidumbre sobre la relación comercial entre China y Estados Unidos, especialmente si Donald Trump regresa a la presidencia. BYD no lo dijo con todas sus letras, pero dejó claro que las condiciones geopolíticas actuales no son las ideales para invertir en México. ¿La preocupación? Que EE.UU. imponga aranceles o restricciones inesperadas y que eso afecte sus operaciones desde nuestro país.
Además, el Ministerio de Comercio chino habría bloqueado los permisos de inversión por miedo a que EE.UU. tuviera acceso a tecnología sensible si la planta se construía en suelo mexicano. Es decir, había temores tanto por parte de BYD como de su propio gobierno.
Mientras México se quedaba en la fase de “veremos”, Brasil ya tenía la alfombra roja lista. BYD anunció oficialmente la apertura de su planta en ese país, con una capacidad inicial de 150,000 vehículos y la intención de duplicar esa cifra en dos años. Con esto, Brasil se posiciona como el nuevo hub de movilidad eléctrica en América Latina.
Aunque hubo polémica por las condiciones laborales durante la construcción de la fábrica, eso no detuvo la inversión. México, en cambio, vio cómo se desvanecía la posibilidad de 10,000 empleos y una inversión millonaria.
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La decisión de BYD no es un hecho aislado. Se suma a las dudas recientes de otras empresas como Tesla, que aún no concreta totalmente su planta en Nuevo León. Estas señales deberían encender las alarmas sobre qué tan atractivos estamos siendo para las grandes inversiones globales.
Más allá del dinero o los empleos, BYD representaba una apuesta por el futuro de la movilidad, por la innovación y por posicionarnos en un mercado que va en crecimiento. Su salida nos deja viendo cómo otros países toman la delantera.
Hoy, más que nunca, las decisiones empresariales están ligadas a la política internacional. Lo que antes se resolvía con costos de operación o infraestructura, ahora depende también de tratados comerciales, tensiones entre potencias y protecciones tecnológicas.
México debe prepararse para este nuevo contexto. No basta con tener mano de obra calificada o buena ubicación geográfica. Se necesita certeza jurídica, estabilidad política y una estrategia clara que dé confianza a los inversionistas.
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La cancelación de BYD puede verse como una derrota, pero también como una oportunidad para revisar cómo estamos compitiendo a nivel global. ¿Estamos haciendo suficiente para atraer este tipo de proyectos? ¿Estamos ofreciendo las condiciones adecuadas? Estas son las preguntas que deberían estar en la mesa de discusión.
Y no solo para el gobierno. El sector privado, los estados, y hasta los ciudadanos debemos entender que vivimos en un mundo interconectado, donde las decisiones que se toman a miles de kilómetros nos afectan directamente.
A pesar del revés, México sigue teniendo potencial. Nuestra cercanía con EE.UU., la red de tratados comerciales y nuestra experiencia en manufactura automotriz siguen siendo ventajas importantes. Pero estas deben ir acompañadas de estabilidad, transparencia y visión a largo plazo.
BYD puede haberse ido, pero nuevas oportunidades pueden venir si aprendemos de este caso. El reto es estar listos para no volver a quedarnos como el perro de las dos tortas.
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